miércoles, 16 de junio de 2010

El pino

Allá en el bosque había un pino muy bello, que estaba en buen sitio, de modo que los rayos del sol podían llegar a él y tenía aire fresco en abundancia y alrededor crecían muchos camaradas mayores que él, pinos y abetos.

Pero este joven pino no quería más que crecer y crecer; no pensaba en los espléndidos rayos del sol, ni en el aire fresco, ni hacía caso de los niños que pasaban por allí charlando cada vez que salían al bosque a coger fresas y frambuesas. Muchas veces volvían con una cestita llena o con fresas ensartadas en pajas. Sentábanse entonces junto al arbolito y decían:

- ¡Qué chiquito y qué mono es!

Esto no le agradaba al arbolito de ninguna manera.

Al año siguiente estaba ya bastante más alto, y al siguiente había crecido otro tanto. A los pinos se les conocen los años que tienen, contando los nuevos retoños que echan.

- ¡Quién fuera un árbol grande como los demás! – suspiraba el arbolito -. Podría entonces extender mis ramas y con la copa dominar el ancho mundo. Los pájaros harían sus nidos en mis ramas y en tiempo de tempestad podría inclinarme con tanta distinción como los demás.



Ni el hermoso sol, ni los pájaros o las sonrosadas nubes que bogaban por encima de él mañana y noche le alegraban el corazón.



En invierno, cuando todo estaba cubierto con la blanca nieve, pasaba alguna vez una liebre, y saltaba derecha por encima del arbolito. ¡Oh, eso era indigno! Pero pasaron dos inviernos y al tercero el árbol estaba ya tan alto, que la liebre tenía que dar la vuelta para pasar.

- ¡Ah! ¡Crecer, crecer, ser alto y viejo, no hay nada más hermoso en el mundo! - pensaba el árbol.

Por los otoños venían leñadores y cortaban algunos de los árboles más altos. Todos los años sucedía lo mismo, y ahora que el joven pino había crecido y estaba bastante alto, temblaba de miedo y de espanto, porque caían sus compañeros a tierra con un ruido tremendo, les cortaban las ramas y quedaban completamente desnudos, largos y estrechos, casi desconocidos. Luego los colocaban en carros y los caballos se los llevaban lejos del bosque.

¿ A donde los llevarían? ¿Qué sería de ellos?

Cuando en la primavera llegaron la golondrina y la cigüeña, el árbol les preguntó:

- ¿No sabéis dónde los llevaron? ¿No los habéis encontrado en el camino?

La golondrina no sabía nada; pero la cigüeña tomó un aire pensativo, y meneando la cabeza dijo:

- Sí, estoy casi segura; a mi regreso de Egipto he encontrado muchos barcos nuevos, cuyos palos mayores eran magníficos; casi me atrevo a sostener que eran ellos, porque exhalaban el olor de los pinos. ¡Qué altos están!¡Todo lo dominan, todo!

- ¡Oh!, ¡quién tuviera edad para pasar el ancho mar!¿Cómo es el mar y a qué se parece?

- Algo difícil es explicarlo,-dijo la cigüeña, y se marchó-

- ¡Regocíjate de tu juventud!-dijeron los rayos del sol,-¡alégrate del desarrollo y de tu joven vida!

Y el aire besaba al árbol, y el rocío vertía lágrimas sobre él; pero el pino no lo entendía.

Por Navidad cortaban árboles muy jóvenes, que ni siquiera tenían aún la edad del joven pino, que no tenía reposo y que siempre quería ir adelante. A estos arbolitos les dejaban las ramas, los colocaban sobre carros y caballos y los llevaban del bosque.

-¿A dónde los llevarán?-preguntó el pino.

-No son mayores que yo, hasta había uno que era más pequeño. ¿Por qué les dejarían las ramas?¿A dónde van?

-¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos!-chirriaban los gorriones.-Abajo en la ciudad hemos mirado por las ventanas.¡Nosotros sabemos a dónde van!¡Ah!,¡alcanzan la mayor gloria que se puede imaginar! ¡Hemos mirado por las ventanas y visto que los plantan en medio de la habitación y los adornan con los más preciosos objetos, manzanas doradas, bollos, juguetes y centenares de luces!

-¿Y después?-preguntó el pino temblando en todas sus ramas.-¿y después? ¿Qué sucede después?

-¡Ah!, nosotros no hemos visto más.¡Era incomparable!

-¿Será mi suerte también llegar a tanta gloria?-pensaba con regocijo el arbolito.-¡Es mejor aún que pasar el mar!¡Ojalá fuera Navidad! Ahora estoy alto y crecido como los que se llevaron la última vez. ¡Quién estuviera ya en el carro, en la hermosa habitación!...¿Y después? Sí, después vendrá algo mejor, aún más hermoso, si no, ¿por qué me adornarían tanto? ¡Después vendrá algo más grande todavía, más espléndido!¿Por qué?¡Oh, yo sufro, la impaciencia me devora; no se lo que me pasa!

-Regocíjate de mí-dijeron el aire y la luz del sol; -¡alégrate de tu juventud aquí en el campo!

Pero el arbolito no se alegraba; crecía y crecía, verde y hermoso, invierno y verano. Las personas que le veían decían:

-¡Qué hermoso árbol!

Y por Navidad le cortaron el primero de todos. El hacha lo atravesó, y lanzando un suspiro el árbol cayó. Sintió un dolor, un desvanecimiento que no le dejaron pensar en la dicha. Estaba afligido de separarse del lugar, del sitio donde había nacido. Sabía que no volvería a ver más a los queridos amigos, a los pequeños arbustos y a las flores de alrededor, y acaso ni aún a los pajaritos. La marcha le causó mucha pena.

No volvió en sí el árbol hasta que llegados al patio le descargaron con los demás árboles y oyó decir a un hombre:

-¡ Este es magnífico, me hace falta otro!

Inmediatamente se acercaron dos lacayos y se llevaron el pino a una espléndida sala grande. Colgaban de las paredes grandes retratos y sobre la chimenea había grandes jarrones chinos con leones en por tapas; había aquí mecedoras, sofás con fundas de seda, grandes mesas cubiertas de libros, de estampas y juguetes que valían mas de cien monedas: por lo menos así lo decían los niños. El pino fue colocado en un gran tiesto lleno de arena que taparon con un paño verde y lo pusieron sobre una alfombra de varios colores. ¡Ah! , ¡cómo temblaba el árbol! ¿Qué le pasaría ahora? Los criados y las señoritas vinieron y le adornaron. Colgaban en sus ramas pequeñas redes cortadas de papel de colores y cada red estaba rellena de bombones. Manzanas y nueces doradas y unas cien luces blancas, azules y encarnadas fueron sujetadas en las ramas. Muñecas, que parecían seres humanos, - el árbol no había visto nunca otras como éstas, - estaban suspendidas de las ramas, y arriba del todo, en la copa, brillaba una estrella de oro. ¡Era magnífico! ¡Incomparable! -¡Esta noche, - decían todos, - esta noche como brillará

-¡Ah! – pensaba el árbol, - ¡cuándo llegará la noche!, ¡ cuándo encenderán las luces! ¡Y qué sucederá luego!¿Vendrán acaso los árboles del bosque a verme?¿Volarán los gorriones contra los cristales?¿Echaré raíces y creceré aquí invierno y verano tan hermoso y adornado?

¡Qué bien enterado estaba! Pero de pura impaciencia tenía dolor de corteza y eso para el árbol significa lo que para nosotros dolor de cabeza.

Por fin encendieron las luces. ¡Qué resplandor! ¡Qué magnificencia! El árbol temblaba en todas las ramas, de modo que una cuantas pinochas prendieron fuego en una de las luces. ¡Cómo quemaba!

-¡Gran Dios! – exclamaban las señoritas, y lo apagaron inmediatamente.

Y el árbol no debía temblar siquiera.

¡Qué miedo! Estaba tan preocupado y pensando que podaría perder algo de su adorno, y de tanto resplandor estaba aturdido.

Abrióse de repente la puerta y un gran número de niños se precipitó a la habitación, como si hubiesen querido echar abajo el árbol. Las personas mayores venían detrás, los niños quedaron mudos; pero sólo un momento, luego gritaron de alegría, bailaron alrededor del árbol y fueron quitando de él un regalo tras otro.

-¿Qué pensarán hacer? – decía el árbol entre sí. ¿Qué pasará?

Las luces se consumían hasta las ramas y enseguida las apagaban y a los niños se les dio permiso de saquear el árbol . ¡Oh, cómo se echaron encima de manera que crujían todas las ramas! Si no hubiera estado sujeto por la copa y la estrella de oro en el techo, seguramente le hubiesen derribado.

Los niños saltaban de un lado a otro con sus preciosos juguetes. Nadie hacía caso del árbol, excepto la vieja niñera que miraba con atención

Por entre las ramas, pero sólo para ver si por casualidad habían olvidado un higo o una manzana.

-¡Un cuento, un cuento! – gritaron los niños, empujando a un hombre pequeño y gordo en dirección donde estaba el árbol, y el hombre, sentándose debajo, de este modo decía:

Estamos como en el campo, y el árbol, si quiere poner atención a lo que voy a contar, podrá recibir una lección. Pero no voy a contar más que un solo cuento. ¿Queréis oír el del Ivede-Avede o el de Clumple-Dumpe, que a pesar de rodar la escalera, subió al trono y alcanzó la mano de la princesa?

¡Ivede-Avede! – gritaron unos, -¡ Clumple-Dumpe! – exclamaron otros.

¡Qué gritos y qué disputas¡ Sólo el pino callaba. Su papel había concluido, ¿ no había ya cumplido con su obligación?

El hombre contaba el Clumple-Dumpe, que a pesar de haber rodado la escalera, subió al trono y se casó con la princesa. Y los niños, dando palmadas, gritaban:

- ¡Cuenta, cuenta!- Querían oír también el cuento de Ivede-Avede, pero tuvieron que contentarse con el de Clumple- Dumpe.

El pino estaba inmóvil y pensativo; los pajaritos, allá en el bosque, no habían contado nunca semejantes cuentos.-¡Clumpe-Dumpe rodó la escalera y sin embargo se casó con la princesa! ¡Sí, si, ese es el mundo! – pensaba el pino, y lo creía porque el que lo contaba era un hombre muy agradable. –Sí, sí, quién sabe..., acaso ruede yo también la escalera y me case luego con una princesa – Y se alegraba ya de pensar que al día siguiente le adornarían de nuevo con luces y juguetes, oro y fruta.

¡Mañana no temblaré! – pensaba. – Gozaré de toda mi magnificencia! Mañana oiré otra vez el cuento de Clumple-Dumpe, y acaso también el de Ivede-Avede. Y durante toda la noche el árbol estuvo silencioso y pensativo.

El día siguiente los criados y las criadas entraron.

¡Ahora me van a adornar de nuevo!- pensaba el árbol; pero ellos le sacaron arrastrando de la habitación y la escalera arriba hasta la guardilla donde lo colocaron en rincón oscuro, adonde la luz del día no llegaba.

-¿Qué significa esto? – pensaba el árbol . -¿Qué haré yo aquí?¿Qué querrán que oiga?- Y apoyándose contra la pared se puso a pensar y meditar. Y lugar tenía para hacerlo, porque pasaban días y noches. Nadie venía y cuando entró alguno, por fin, sólo era para colocar unos grandes armarios. El árbol estaba tan escondido, como si ya le hubiesen dado al olvido.

-¡Ahora debe ser invierno! – pensaba el árbol. – La tierra está dura y cubierta de nieve, los hombres no me pueden plantar; sin duda me dejan por eso aquí al abrigo hasta que llegue la primavera ¡Qué bien me cuidan! ¡Qué buenos son los hombres! ¡ Con tal de que no estuviese tan oscuro aquí y tan retirado! ¡ Ni siquiera una liebre se encuentra aquí! ¡Allá en el bosque, cuanta alegría cuando había nieve y la liebre pasaba, hasta cuando pasaba por encima de mí: es verdad, que entonces no me gustaba. ¡Qué triste y solitario estoy aquí!

¡Pi-pip! – dijo de repente un ratoncito y salió de su escondite seguido de otro. Olfateaban el pino y se escurrían por entre sus ramas.

-¡Qué frío tan cruel! – decían los ratoncitos.- ¡Por lo demás, esto es un sitio magnífico¡, ¿no es verdad, viejo pino?

-¡ Yo no soy viejo todavía! – replicó el pino.- ¡Los hay mucho más viejos que yo!

¿De dónde vienes? – preguntaron los ratones, - ¿y qué sabes? Eran muy curiosos.- ¡Cuéntanos de los sitios más hermosos del mundo! ¿Los has visto tú? ¿Has estado en la despensa, donde hay quesos, jamones, donde se baila sobre velas de sebo y donde se entra flaco y se sale gordo?

-Verdad es que no conozco ese sitio.-dijo el árbol, -pero conozco el bosque, donde da el sol y cantan los pájaros! Después les contó todos los acaecimientos de su juventud, y los ratoncitos que no habían oído nunca semejantes cosas, escuchaban con atención y decían: -¡Cuántas cosas has visto!¡Qué feliz has sido!

-¡Yo!- Replicó el pino y sólo entonces empezó a reflexionar sobre su propia historia.- ¡Sí, después de todo, eran tiempos felices! Pero luego contó lo sucedido en la Nochebuena, cuando le adornaron con bombones y luces.

-¡Oh!- decían los ratoncitos, -¡qué feliz has sido, viejo pino!

-¡Si yo no soy viejo¡-respondió el pino, - Hasta este invierno no había salido del bosque!

Estoy en la flor de mi edad, sólo que he crecido mucho.

-¡Qué bien cuentas las cosas.-decían los ratoncitos, y a la noche siguiente volvieron con cuatro ratoncitos más, para que oyesen también cómo hablaba el árbol, y cuanto más contaba, más se presentaba todo a su memoria y pensaba:

-¡Verdaderamente eran tiempos felices! Pero aún pueden volver, si, pueden volver. Clumpe-Dumpe rodó por la escalera, y sin embargo, se casó con la princesa; quizás yo también podré casarme con una princesa.- Y al mismo tiempo se acordó de una pequeña bétula que crecía allá en el bosque y que le parecía una verdadera princesa hermosa. -¿Quién es Clumpe-Dumpe?- preguntaron los ratoncillos.

Entonces el pino les contó todo el cuento que recordaba, palabra por palabra. Y los ratoncitos, de alegría deseaban saltar hasta la copa del árbol.

A la noche siguiente se reunieron aún más ratones y el domingo hasta vinieron dos ratas.

Pero estas pretendían que el cuento no era alegre y eso afligía a los ratoncitos, porque ahora les parecía menos hermoso también a ellos.

-¿No sabe Vd. Contar más que ese cuento.- preguntaron las ratas.

-Solo éste, - contestó el árbol. – Le oí la noche más feliz de mi vida, sólo que entonces no pensaba en lo feliz que era.

-¡Qué cuento tan miserable! ¿No sabe Vd, ninguno de tocino y velas de sebo? ¿Ningún cuento de despensa?

No, -dijo el árbol.

-¡Entonces, muchas gracias!- replicaron las ratas y volvieron a marcharse.

También los ratoncitos dejaron por último de venir y el árbol suspiraba.

-¡Después de todo, qué agradable era cuando me rodeaban los graciosos ratoncillos y escuchaban mis cuentos! También eso ha pasado. Pero mis alegrías empezarán de nuevo cuando me saquen otra vez. ¿ Pero cuándo será eso?

Sí, una mañana subió gente a la guardilla. Movieron los armarios de su sitio y sacaron al árbol. Verdad es que le tiraron al suelo con alguna rudeza, pero inmediatamente le agarro un criado y le arrastró escalera abajo donde brillaba la luz del día.

-¡Empezará otra vez la vida!-pensaba el árbol.-Sentía el aire fresco, el primer rayo del sol, y hele aquí en el patio. Todo fue en tan corto momento, que el árbol no tuvo tiempo ni para mirarse; ¡ había tantas cosas que mirar a su alrededor! Inmediato al patio había un jardín lleno de hermosas flores. Rosas frescas y recién salidas colgaban por encima de la empalizada despidiendo dulce perfume, los tilos florecían y las golondrinas cruzaban el aire gorjeando: -¡Quivi, quivi! ¡Ha llegado mi marido! Pero con eso no entendían al pino. -¡Quiero vivir!,- decía éste extendiendo sus ramas. Pero ¡ay! Estaban secas y amarillas y yacía en un rincón entre cizañas y ortigas. La estrella de papel dorado estaba aún en su corona y brillaba a la luz del sol.

En el patio jugaban algunos niños que la Nochebuena habían bailado alrededor del árbol, y habían estado tan contentos. El más pequeño fue y arrancó la estrella de oro.

-¡Mira lo que hay todavía sobre el feo pino viejo!- exclamó, y pisó las ramas que crujían bajo sus pies.

Y el árbol contempló las magníficas flores del jardín, contemplose luego a sí mismo, y deseaba haberse quedado en el oscuro rincón, allá en la guardilla. Recordó su juventud en el bosque, la Nochebuena y los ratoncillos que tan contentos habían escuchado el cuento de Clumpe-Dumpe.

¡Pasado, pasado!-Suspiraba el pobre árbol.¿Por qué no gozaría cuando aún podía? ¡Pasado, todo ha pasado!

El criado vino y cortó el árbol en mil pedazos, había allí un montón de leña, vivas llamas se elevaron debajo de la gran caldera.

Suspiró, y cada suspiro sonaba como un pequeño tiro, por lo que acudieron los niños y sentándose alrededor de la hoguera la miraban gritando: ¡ Pif, paf! – Pero a cada estallido, que era un suspiro profundo, el árbol recordaba un día de verano en el bosque, una noche de invierno bajo el cielo estrellado. Recordaba la Nochebuena y Clumpe-Dumpe, el único cuento que había oído y que sabía contar. – y después el árbol fue quemado enteramente.

Los niños jugaron en el patio y el más pequeño tenía sobre el pecho la estrella de oro que el árbol había llevado la Nochebuena pasada. Había pasado y con ella también el árbol con su cuento.¡Pasado, pasado, y así pasa con todos los cuentos!

Allá en el bosque había un pino muy bello, que estaba en buen sitio, de modo que los rayos del sol podían llegar a él y tenía aire fresco en abundancia y alrededor crecían muchos camaradas mayores que él, pinos y abetos.

Pero este joven pino no quería más que crecer y crecer; no pensaba en los espléndidos rayos del sol, ni en el aire fresco, ni hacía caso de los niños que pasaban por allí charlando cada vez que salían al bosque a coger fresas y frambuesas. Muchas veces volvían con una cestita llena o con fresas ensartadas en pajas. Sentábanse entonces junto al arbolito y decían:

- ¡Qué chiquito y qué mono es!

Esto no le agradaba al arbolito de ninguna manera.

Al año siguiente estaba ya bastante más alto, y al siguiente había crecido otro tanto. A los pinos se les conocen los años que tienen, contando los nuevos retoños que echan.

- ¡Quién fuera un árbol grande como los demás! – suspiraba el arbolito -. Podría entonces extender mis ramas y con la copa dominar el ancho mundo. Los pájaros harían sus nidos en mis ramas y en tiempo de tempestad podría inclinarme con tanta distinción como los demás.

Ni el hermoso sol, ni los pájaros o las sonrosadas nubes que bogaban por encima de él mañana y noche le alegraban el corazón.

En invierno, cuando todo estaba cubierto con la blanca nieve, pasaba alguna vez una liebre, y saltaba derecha por encima del arbolito. ¡Oh, eso era indigno! Pero pasaron dos inviernos y al tercero el árbol estaba ya tan alto, que la liebre tenía que dar la vuelta para pasar.

- ¡Ah! ¡Crecer, crecer, ser alto y viejo, no hay nada más hermoso en el mundo! - pensaba el árbol.

Por los otoños venían leñadores y cortaban algunos de los árboles más altos. Todos los años sucedía lo mismo, y ahora que el joven pino había crecido y estaba bastante alto, temblaba de miedo y de espanto, porque caían sus compañeros a tierra con un ruido tremendo, les cortaban las ramas y quedaban completamente desnudos, largos y estrechos, casi desconocidos. Luego los colocaban en carros y los caballos se los llevaban lejos del bosque.

¿ A donde los llevarían? ¿Qué sería de ellos?

Cuando en la primavera llegaron la golondrina y la cigüeña, el árbol les preguntó:

- ¿No sabéis dónde los llevaron? ¿No los habéis encontrado en el camino?

La golondrina no sabía nada; pero la cigüeña tomó un aire pensativo, y meneando la cabeza dijo:

- Sí, estoy casi segura; a mi regreso de Egipto he encontrado muchos barcos nuevos, cuyos palos mayores eran magníficos; casi me atrevo a sostener que eran ellos, porque exhalaban el olor de los pinos. ¡Qué altos están!¡Todo lo dominan, todo!

- ¡Oh!, ¡quién tuviera edad para pasar el ancho mar!¿Cómo es el mar y a qué se parece?

- Algo difícil es explicarlo,-dijo la cigüeña, y se marchó-

- ¡Regocíjate de tu juventud!-dijeron los rayos del sol,-¡alégrate del desarrollo y de tu joven vida!

Y el aire besaba al árbol, y el rocío vertía lágrimas sobre él; pero el pino no lo entendía.

Por Navidad cortaban árboles muy jóvenes, que ni siquiera tenían aún la edad del joven pino, que no tenía reposo y que siempre quería ir adelante. A estos arbolitos les dejaban las ramas, los colocaban sobre carros y caballos y los llevaban del bosque.

-¿A dónde los llevarán?-preguntó el pino.

-No son mayores que yo, hasta había uno que era más pequeño. ¿Por qué les dejarían las ramas?¿A dónde van?

-¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos!-chirriaban los gorriones.-Abajo en la ciudad hemos mirado por las ventanas.¡Nosotros sabemos a dónde van!¡Ah!,¡alcanzan la mayor gloria que se puede imaginar! ¡Hemos mirado por las ventanas y visto que los plantan en medio de la habitación y los adornan con los más preciosos objetos, manzanas doradas, bollos, juguetes y centenares de luces!

-¿Y después?-preguntó el pino temblando en todas sus ramas.-¿y después? ¿Qué sucede después?

-¡Ah!, nosotros no hemos visto más.¡Era incomparable!

-¿Será mi suerte también llegar a tanta gloria?-pensaba con regocijo el arbolito.-¡Es mejor aún que pasar el mar!¡Ojalá fuera Navidad! Ahora estoy alto y crecido como los que se llevaron la última vez. ¡Quién estuviera ya en el carro, en la hermosa habitación!...¿Y después? Sí, después vendrá algo mejor, aún más hermoso, si no, ¿por qué me adornarían tanto? ¡Después vendrá algo más grande todavía, más espléndido!¿Por qué?¡Oh, yo sufro, la impaciencia me devora; no se lo que me pasa!

-Regocíjate de mí-dijeron el aire y la luz del sol; -¡alégrate de tu juventud aquí en el campo!

Pero el arbolito no se alegraba; crecía y crecía, verde y hermoso, invierno y verano. Las personas que le veían decían:

-¡Qué hermoso árbol!

Y por Navidad le cortaron el primero de todos. El hacha lo atravesó, y lanzando un suspiro el árbol cayó. Sintió un dolor, un desvanecimiento que no le dejaron pensar en la dicha. Estaba afligido de separarse del lugar, del sitio donde había nacido. Sabía que no volvería a ver más a los queridos amigos, a los pequeños arbustos y a las flores de alrededor, y acaso ni aún a los pajaritos. La marcha le causó mucha pena.

No volvió en sí el árbol hasta que llegados al patio le descargaron con los demás árboles y oyó decir a un hombre:

-¡ Este es magnífico, me hace falta otro!

Inmediatamente se acercaron dos lacayos y se llevaron el pino a una espléndida sala grande. Colgaban de las paredes grandes retratos y sobre la chimenea había grandes jarrones chinos con leones en por tapas; había aquí mecedoras, sofás con fundas de seda, grandes mesas cubiertas de libros, de estampas y juguetes que valían mas de cien monedas: por lo menos así lo decían los niños. El pino fue colocado en un gran tiesto lleno de arena que taparon con un paño verde y lo pusieron sobre una alfombra de varios colores. ¡Ah! , ¡cómo temblaba el árbol! ¿Qué le pasaría ahora? Los criados y las señoritas vinieron y le adornaron. Colgaban en sus ramas pequeñas redes cortadas de papel de colores y cada red estaba rellena de bombones. Manzanas y nueces doradas y unas cien luces blancas, azules y encarnadas fueron sujetadas en las ramas. Muñecas, que parecían seres humanos, - el árbol no había visto nunca otras como éstas, - estaban suspendidas de las ramas, y arriba del todo, en la copa, brillaba una estrella de oro. ¡Era magnífico! ¡Incomparable! -¡Esta noche, - decían todos, - esta noche como brillará

-¡Ah! – pensaba el árbol, - ¡cuándo llegará la noche!, ¡ cuándo encenderán las luces! ¡Y qué sucederá luego!¿Vendrán acaso los árboles del bosque a verme?¿Volarán los gorriones contra los cristales?¿Echaré raíces y creceré aquí invierno y verano tan hermoso y adornado?

¡Qué bien enterado estaba! Pero de pura impaciencia tenía dolor de corteza y eso para el árbol significa lo que para nosotros dolor de cabeza.

Por fin encendieron las luces. ¡Qué resplandor! ¡Qué magnificencia! El árbol temblaba en todas las ramas, de modo que una cuantas pinochas prendieron fuego en una de las luces. ¡Cómo quemaba!

-¡Gran Dios! – exclamaban las señoritas, y lo apagaron inmediatamente.

Y el árbol no debía temblar siquiera.

¡Qué miedo! Estaba tan preocupado y pensando que podaría perder algo de su adorno, y de tanto resplandor estaba aturdido.

Abrióse de repente la puerta y un gran número de niños se precipitó a la habitación, como si hubiesen querido echar abajo el árbol. Las personas mayores venían detrás, los niños quedaron mudos; pero sólo un momento, luego gritaron de alegría, bailaron alrededor del árbol y fueron quitando de él un regalo tras otro.

-¿Qué pensarán hacer? – decía el árbol entre sí. ¿Qué pasará?

Las luces se consumían hasta las ramas y enseguida las apagaban y a los niños se les dio permiso de saquear el árbol . ¡Oh, cómo se echaron encima de manera que crujían todas las ramas! Si no hubiera estado sujeto por la copa y la estrella de oro en el techo, seguramente le hubiesen derribado.

Los niños saltaban de un lado a otro con sus preciosos juguetes. Nadie hacía caso del árbol, excepto la vieja niñera que miraba con atención

Por entre las ramas, pero sólo para ver si por casualidad habían olvidado un higo o una manzana.

-¡Un cuento, un cuento! – gritaron los niños, empujando a un hombre pequeño y gordo en dirección donde estaba el árbol, y el hombre, sentándose debajo, de este modo decía:

Estamos como en el campo, y el árbol, si quiere poner atención a lo que voy a contar, podrá recibir una lección. Pero no voy a contar más que un solo cuento. ¿Queréis oír el del Ivede-Avede o el de Clumple-Dumpe, que a pesar de rodar la escalera, subió al trono y alcanzó la mano de la princesa?

¡Ivede-Avede! – gritaron unos, -¡ Clumple-Dumpe! – exclamaron otros.

¡Qué gritos y qué disputas¡ Sólo el pino callaba. Su papel había concluido, ¿ no había ya cumplido con su obligación?

El hombre contaba el Clumple-Dumpe, que a pesar de haber rodado la escalera, subió al trono y se casó con la princesa. Y los niños, dando palmadas, gritaban:

- ¡Cuenta, cuenta!- Querían oír también el cuento de Ivede-Avede, pero tuvieron que contentarse con el de Clumple- Dumpe.

El pino estaba inmóvil y pensativo; los pajaritos, allá en el bosque, no habían contado nunca semejantes cuentos.-¡Clumpe-Dumpe rodó la escalera y sin embargo se casó con la princesa! ¡Sí, si, ese es el mundo! – pensaba el pino, y lo creía porque el que lo contaba era un hombre muy agradable. –Sí, sí, quién sabe..., acaso ruede yo también la escalera y me case luego con una princesa – Y se alegraba ya de pensar que al día siguiente le adornarían de nuevo con luces y juguetes, oro y fruta.

¡Mañana no temblaré! – pensaba. – Gozaré de toda mi magnificencia! Mañana oiré otra vez el cuento de Clumple-Dumpe, y acaso también el de Ivede-Avede. Y durante toda la noche el árbol estuvo silencioso y pensativo.

El día siguiente los criados y las criadas entraron.
¡Ahora me van a adornar de nuevo!- pensaba el árbol; pero ellos le sacaron arrastrando de la habitación y la escalera arriba hasta la guardilla donde lo colocaron en rincón oscuro, adonde la luz del día no llegaba.

-¿Qué significa esto? – pensaba el árbol . -¿Qué haré yo aquí?¿Qué querrán que oiga?- Y apoyándose contra la pared se puso a pensar y meditar. Y lugar tenía para hacerlo, porque pasaban días y noches. Nadie venía y cuando entró alguno, por fin, sólo era para colocar unos grandes armarios. El árbol estaba tan escondido, como si ya le hubiesen dado al olvido.

-¡Ahora debe ser invierno! – pensaba el árbol. – La tierra está dura y cubierta de nieve, los hombres no me pueden plantar; sin duda me dejan por eso aquí al abrigo hasta que llegue la primavera ¡Qué bien me cuidan! ¡Qué buenos son los hombres! ¡ Con tal de que no estuviese tan oscuro aquí y tan retirado! ¡ Ni siquiera una liebre se encuentra aquí! ¡Allá en el bosque, cuanta alegría cuando había nieve y la liebre pasaba, hasta cuando pasaba por encima de mí: es verdad, que entonces no me gustaba. ¡Qué triste y solitario estoy aquí!

¡Pi-pip! – dijo de repente un ratoncito y salió de su escondite seguido de otro. Olfateaban el pino y se escurrían por entre sus ramas.

-¡Qué frío tan cruel! – decían los ratoncitos.- ¡Por lo demás, esto es un sitio magnífico¡, ¿no es verdad, viejo pino?

-¡ Yo no soy viejo todavía! – replicó el pino.- ¡Los hay mucho más viejos que yo!

¿De dónde vienes? – preguntaron los ratones, - ¿y qué sabes? Eran muy curiosos.- ¡Cuéntanos de los sitios más hermosos del mundo! ¿Los has visto tú? ¿Has estado en la despensa, donde hay quesos, jamones, donde se baila sobre velas de sebo y donde se entra flaco y se sale gordo?



-Verdad es que no conozco ese sitio.-dijo el árbol, -pero conozco el bosque, donde da el sol y cantan los pájaros! Después les contó todos los acaecimientos de su juventud, y los ratoncitos que no habían oído nunca semejantes cosas, escuchaban con atención y decían: -¡Cuántas cosas has visto!¡Qué feliz has sido!



-¡Yo!- Replicó el pino y sólo entonces empezó a reflexionar sobre su propia historia.- ¡Sí, después de todo, eran tiempos felices! Pero luego contó lo sucedido en la Nochebuena, cuando le adornaron con bombones y luces.

-¡Oh!- decían los ratoncitos, -¡qué feliz has sido, viejo pino!

-¡Si yo no soy viejo¡-respondió el pino, - Hasta este invierno no había salido del bosque!

Estoy en la flor de mi edad, sólo que he crecido mucho.

-¡Qué bien cuentas las cosas.-decían los ratoncitos, y a la noche siguiente volvieron con cuatro ratoncitos más, para que oyesen también cómo hablaba el árbol, y cuanto más contaba, más se presentaba todo a su memoria y pensaba:

-¡Verdaderamente eran tiempos felices! Pero aún pueden volver, si, pueden volver. Clumpe-Dumpe rodó por la escalera, y sin embargo, se casó con la princesa; quizás yo también podré casarme con una princesa.- Y al mismo tiempo se acordó de una pequeña bétula que crecía allá en el bosque y que le parecía una verdadera princesa hermosa. -¿Quién es Clumpe-Dumpe?- preguntaron los ratoncillos.

Entonces el pino les contó todo el cuento que recordaba, palabra por palabra. Y los ratoncitos, de alegría deseaban saltar hasta la copa del árbol.

A la noche siguiente se reunieron aún más ratones y el domingo hasta vinieron dos ratas.

Pero estas pretendían que el cuento no era alegre y eso afligía a los ratoncitos, porque ahora les parecía menos hermoso también a ellos.

-¿No sabe Vd. Contar más que ese cuento.- preguntaron las ratas.

-Solo éste, - contestó el árbol. – Le oí la noche más feliz de mi vida, sólo que entonces no pensaba en lo feliz que era.

-¡Qué cuento tan miserable! ¿No sabe Vd, ninguno de tocino y velas de sebo? ¿Ningún cuento de despensa?

No, -dijo el árbol.

-¡Entonces, muchas gracias!- replicaron las ratas y volvieron a marcharse.

También los ratoncitos dejaron por último de venir y el árbol suspiraba.

-¡Después de todo, qué agradable era cuando me rodeaban los graciosos ratoncillos y escuchaban mis cuentos! También eso ha pasado. Pero mis alegrías empezarán de nuevo cuando me saquen otra vez. ¿ Pero cuándo será eso?

Sí, una mañana subió gente a la guardilla. Movieron los armarios de su sitio y sacaron al árbol. Verdad es que le tiraron al suelo con alguna rudeza, pero inmediatamente le agarro un criado y le arrastró escalera abajo donde brillaba la luz del día.

-¡Empezará otra vez la vida!-pensaba el árbol.-Sentía el aire fresco, el primer rayo del sol, y hele aquí en el patio. Todo fue en tan corto momento, que el árbol no tuvo tiempo ni para mirarse; ¡ había tantas cosas que mirar a su alrededor! Inmediato al patio había un jardín lleno de hermosas flores. Rosas frescas y recién salidas colgaban por encima de la empalizada despidiendo dulce perfume, los tilos florecían y las golondrinas cruzaban el aire gorjeando: -¡Quivi, quivi! ¡Ha llegado mi marido! Pero con eso no entendían al pino. -¡Quiero vivir!,- decía éste extendiendo sus ramas. Pero ¡ay! Estaban secas y amarillas y yacía en un rincón entre cizañas y ortigas. La estrella de papel dorado estaba aún en su corona y brillaba a la luz del sol.

En el patio jugaban algunos niños que la Nochebuena habían bailado alrededor del árbol, y habían estado tan contentos. El más pequeño fue y arrancó la estrella de oro.

-¡Mira lo que hay todavía sobre el feo pino viejo!- exclamó, y pisó las ramas que crujían bajo sus pies.

Y el árbol contempló las magníficas flores del jardín, contemplose luego a sí mismo, y deseaba haberse quedado en el oscuro rincón, allá en la guardilla. Recordó su juventud en el bosque, la Nochebuena y los ratoncillos que tan contentos habían escuchado el cuento de Clumpe-Dumpe.

¡Pasado, pasado!-Suspiraba el pobre árbol.¿Por qué no gozaría cuando aún podía? ¡Pasado, todo ha pasado!

El criado vino y cortó el árbol en mil pedazos, había allí un montón de leña, vivas llamas se elevaron debajo de la gran caldera.

Suspiró, y cada suspiro sonaba como un pequeño tiro, por lo que acudieron los niños y sentándose alrededor de la hoguera la miraban gritando: ¡ Pif, paf! – Pero a cada estallido, que era un suspiro profundo, el árbol recordaba un día de verano en el bosque, una noche de invierno bajo el cielo estrellado. Recordaba la Nochebuena y Clumpe-Dumpe, el único cuento que había oído y que sabía contar. – y después el árbol fue quemado enteramente.
Los niños jugaron en el patio y el más pequeño tenía sobre el pecho la estrella de oro que el árbol había llevado la Nochebuena pasada. Había pasado y con ella también el árbol con su cuento.¡Pasado, pasado, y así pasa con todos los cuentos!

(Hans Chistian Andersen)

El árbol mágico

En el centro de una placita, en el pueblo, había un precioso árbol. El árbol tenía ramas muy largas para los costados y también para arriba. Parecía un poquito unos brazos locos que invitaban a los niños a subirse a él.

Pero el árbol, que ya era muy viejito, porque tenía 103 años, estaba un poquito triste. Resultaba ser, que de tan abuelito que era, de tan tan pero requete tan gordo que estaba - Había bebido mucha lluvia decían - , le pusieron una cerca a su alrededor...con un cartel. Pero como el no sabía leer... Estaba más y más triste porque era un abuelito sin la alegría de sus chiquitos.

Un día escuchó el árbol - porque saben oir muy bien ellos, eh! - que alguien leía el cartelito: - Árbol centenario. Monumento histórico nacional. Plantado por.....

Pero al árbol no le interesaba nada esas cosas, el quería oir risas y sentir cómo se trepaban los chicos... oir los secretos que le contaban... pero no le gustaba nada cuando las personas grandes le hacían daño, escribiéndolo o rompiéndolo.

Tanto tiempo había pasado... que el árbol ya se había cansado de esperar.

Cuando esa tarde de primavera, un chiquito, de unos 10 años, pasó la cerca! Qué contento se puso el árbol...! Tanto, que escuchen bien lo que pasó:

El chiquito fue a buscar a otro amigo para no estar tan solito. Treparon a una rama que iba para el costado del sol y se quedaron recostados contándose cosas... pequeños secretos de cosas que les gustaría hacer.

El árbol escuchaba todo y se reía con sus hojas alegres. Entonces pensó que sería una linda idea hacer un poquito de magia.

El chiquito que primero había trepado se llamaba Guillermo, el otro Agustín. Guillermo le contó a Agustín que él quería poder ganar muchas veces a las bolitas para que Jorge no se riera más de é en el colegio, y así Carlota se haría su amiga.

Al día siguiente misteriosamente, Guillermo ganó en todos los recreos a las bolitas y Carlota le dijo que lo había hecho muy bien y le regaló una bolita preciosa. Guillermo estaba muy contento y guardó esa bolita como "la bolita de la buena suerte"

Esa misma tarde, después del cole, fue saltando y cantando de alegría al árbol, a encontrarse con Agustín y le contó todo lo que pasó.

Así, el árbol escuchó todo y estaba muy feliz, ahora se reía muy fuerte con sus ramitas y sus hojas... - La magia funcionó! se dijo el árbol.

Agustín también le contó lo que quería hacer con muchas ganas y fue así como el árbol abuelito se convirtió en el ÁRBOL MáGICO, el que concedía los sueños.

Sofia Reina

El árbol de caramelos

Hay árboles que dan flores y árboles que dan frutos, pero el árbol que aquí les cuento, no daba flores, ni frutos; ¡daba caramelos! Su historia comenzó de una manera extraña, pues nadie sabe desde cuando aquel árbol comenzó a dar caramelos. Se tiene información de que un anciano solitario, en sus incontables horas de ocio compró muchos paquetes de caramelos y los pegó cuidadosamente en las ramas de un árbol que tenía en su casa, para de esa manera sentir la presencia de los niños. Y efectivamente, los niños al regresar de la escuela, se detenían casi automáticamente frente a la casa de aquel ancianito a contemplar aquel extraño árbol cargado de frutos multicolores que pendían de sus ramas. Pero ya no conformes con observarlos comenzaron a idear bajarlos del árbol para comerlos y poder saborear esos frutos brillantes y coloridos que tanto les apetecía.

-Juan toma esta piedra, lánzala en aquel ramillete rojito que esta allá arriba, decía uno de los niños colocando sus cuadernos en el piso, para prepararse a recogerlos una vez que cayeran, pensando en sus adentros: “estos deben ser de fresa”.

-Felipe tú que eres más alto, toma este palo lánzalo en aquellos amarillos que deben ser de piña, esos son mis favoritos, decía José.

-Luís ayúdame con esta rama, y juntos podremos tumbar ese otro ramillete verde que está de este lado, decía Ramón a su vez, mientras también pensando en sus adentros se decía: “estos serán de menta”

Y así entre tanta algarabía y travesuras de niños, lanzaban piedras, palos y ramas, para derribar los incontables caramelos que finalmente se esparcían por el suelo. El anciano feliz contemplaba la escena, escondido detrás de la ventana de su casa, a la vez que planificaba la hora en que saldría nuevamente a comprar más caramelos para surtir de nuevo las ramas del árbol. El estaba feliz porque los niños se comían todos los caramelos: los amarillos, los rojos, los verdes, porque su árbol era un árbol distinto. En los árboles normales, los niños también lanzan piedras, palos y ramas para derribar los frutos, sólo que al intentar derribar los maduros (amarillos y rojos), derriban sin querer los verdes, y esos no se los comen; los dejan esparcidos por el suelo en un deprimente paisaje, dejando triste al árbol con aquellos frutos derribados antes de tiempo e injustamente despreciados y abandonados.

Así fueron pasando los años y los niños seguían haciendo fiestas lanzando palos cada vez que pasaban y veían el árbol surtido de su acaramelada carga de sabores y colores. Entonces esta experiencia dio al ancianito la idea de mantener por muchos años esta tradición aún después de que el muriera, y entonces hizo sin querer uno de los inventos más divertidos en las fiestas infantiles; pues si, el famoso árbol de caramelos se convirtió en la PIÑATA que todos conocemos hoy, y pensar que todo fue gracias a la amabilidad y gentileza de un anciano solitario que quiso endulzar su vida repartiendo dulces a los demás.

Autor: Alejandro J. Díaz Valero

El árbol del ruiseñor

En un bosque lejano, había un ruiseñor que tenía su nido en la copa de un enorme roble. Todos los días despertaba al bosque entero con su canto maravilloso.

Entre las ramas del roble, las hojas crecían sin parar y también lo hacía la vida. Así lo hacían también los pichones del ruiseñor, cuyo nido estaba construido con ramas y hojas secas, para que fuera mullido y calentito para los pequeños polluelos.

Cuando se produjo el nacimiento, algunas ardillas se acercaron curiosas, para ver cómo los pichones rompían el cascarón hasta dejar un hueco, por el que poder asomar su cabeza. Debían empujar con mucha fuerza para liberarse de aquella cáscara y salir.

Apenas abandonado el cascarón, se veían muy delgaditos, pues sus plumitas estaban todas húmedas. Al cabo de unas pocas horas, se habían secado completamente y los pichones estaban listos para sorprenderse de lo que les rodeaba.

El árbol se sentía orgulloso de sus huéspedes. Él también era envidiado por los otros árboles, por tener al ruiseñor habitando entre sus ramas y por la belleza de su tronco y sus hojas. Era todo un espectáculo verlo en primavera.

Cuando el otoño se instalaba, se llevaba consigo las hojas de los árboles que volaban alborotadas por el suelo y el viento las mimaba y mecía suavemente en el aire. Al pasar el tiempo, estas hojas secas serían abono para nuevas plantas.

El ruiseñor gustaba de jugar entre las ramas del árbol, saltando de sombra en sombra, donde se hacía invisible. Revoloteaba haciendo piruetas y buscando la luz, cuando un rayito de sol le iluminaba las plumas, entonces cantaba de alegría.

Pero un día, un hongo se fue a vivir con el árbol y el roble comenzó a sentirse enfermo. Tenía siempre comezón y su piel tomó un color agrisado muy desagradable y se puso toda arrugada. De vez en cuando, sentía un cosquilleo por el tronco. Había perdido su aspecto lozano y ya ni tenía ganas de que los ciempiés jugaran entre sus raíces.

El hongo había observado largo tiempo la amistad del árbol y el ruiseñor, y se sentía celoso. Por eso creyó que si enfermaba al árbol, el ruiseñor le haría más caso a él. Estaba tan envidioso que no le importó que estaba haciendo sufrir al roble.

Los animales del bosque, lograron convencer al hongo para que abandonara al árbol para que se pudiera curar. De otra forma, no consentirían en ser sus amigos. No les agradaba que empleara la fuerza para ganar amigos.

Desde entonces, siempre se juntaban para disfrutar del amanecer y del canto del ruiseñor.

El hongo aprendió una importante lección, debía emplear su fuerza y su poder, para crear y no para destruir.

(versión libre del cuento de Marisa Moreno)