lunes, 6 de diciembre de 2010

El pequeño arbolito de navidad

En una pequeña ciudad había una sola tienda que vendía árboles de Navidad. Allí se podían encontrar arboles de todos los tamaños, formas y colores. El dueño de la tienda había organizado un concurso para premiar al arbolito más bonito y mejor decorado del año. Lo mejor de todo, es que sería el mismo San Nicolás quien iba a entregar el premio, el día de Navidad.

Todos los niños de la ciudad querían ser premiados por Santa y acudieron a la tienda a comprar su arbolito para decorarlo y poder concursar. Los arbolitos se emocionaban mucho al ver a los niños y decididos a ser el elegido, les gritaban: ¡A mí... a mí... mírame a mí!

Cada vez que entraba un niño a la tienda era igual, los arbolitos comenzaban a esforzarse por llamar la atención y lograr ser escogidos. ¡A mí que soy grande!... ¡no, no a mí que soy gordito!... o ¡a mí que soy de chocolate!... o ¡a mí que puedo hablar!. Se oía en toda la tienda.
Pasando los días, la tienda se fue quedando sin arbolitos y sólo se escuchaba la voz de un arbolito que decía: A mí, a mí... que soy el más chiquito.
A la tienda llegó, casi en vísperas de Navidad, una pareja muy elegante que quería comprar un arbolito.

El dueño de la tienda les informó que el único árbol que le quedaba era uno muy pequeñito, pero sin importarles el tamaño, la pareja decidió llevárselo. El arbolito pequeño se alegró mucho, pues al fin, alguien lo iba a poder decorar para Navidad y podría participar en el concurso.

Al llegar a la casa grande, donde vivía la pareja, el arbolito se sorprendió: ¿Cómo siendo tan pequeño, podré lucir ante tanta belleza y majestuosidad?, pensó. Una vez que la pareja entró a la casa, comenzaron a llamar a la hija: ¡Regina!... ven... ¡hija!... te tenemos una sorpresa.

El arbolito escuchó unas rápidas pisadas provenientes del piso de arriba. Su corazoncito empezó a latir con fuerza. Estaba dichoso de poder hacer feliz a una linda niñita. Al bajar la niña, el pequeño arbolito, se impresionó de la reacción de ésta.

¿Esto es mi arbolito?... Yo quería un árbol grande, frondoso, enorme hasta el cielo, para decorarlo con miles de luces y esferas. ¿Cómo voy a ganar el concurso con este arbolito enano? Dijo la niña rompiendo en llanto. Regina, era el único arbolito que quedaba en la tienda. Explicó su padre. ¡No lo quiero!...es horrendo... ¡no lo quiero! Gritaba furiosa la niña. Los padres, desilusionados, tomaron al pequeño arbolito y lo llevaron de regreso a la tienda.

El arbolito estaba triste porque la niña no lo había querido pero tenía la esperanza de que alguien vendría por él y podrían decorarlo a tiempo para la Navidad. Unas horas más tarde, se escuchó que abrían la puerta de la tienda. ¡A mí... a mí... que soy el más chiquito. Gritaba el arbolito lleno de felicidad.

Era una pareja robusta, de grandes cachetes colorados y manos enormes. El señor de la tienda les informó que el único árbol que le quedaba era aquel pequeñito de la ventana. La pareja tomó al arbolito y sin darle importancia a lo del tamaño, se marchó con este. Llegando a la casa, el arbolito vio como salían a su encuentro dos niños gordos que gritaban: ¿Lo encontraste papi?... ¿Es cómo te lo pedimos mami?

Al bajar los padres del coche, los niños se le fueron encima al pequeño arbolito.
¿Y qué pasó después? Imagina el final de la historia o inventa uno con tu familia…verás que será una bonita experiencia. Sólo echen a volar la imaginación...

Fuente:guiainfantil.com

El cuento del suave pino y el duro roble

Erase una montaña tan pero tan alta, que nunca era posible ver la cumbre; primero porque la vista no podía llegar tan alto y segundo porque ella siempre estaba cubierta de nubes, de muchas nubes; sólo el viento podía llegar a esa altura. En el tope de la montaña habían algunas piedras, siempre acurrucadas por el frío, no había animales y en ella habitaban dos árboles; ellos eran muy valientes porque eran los únicos capaces de vivir en ese sitio, donde siempre habían nubes, y casi no había Sol. Los dos árboles estaban uno al lado del otro y ambos eran muy altos, tan pero tan altos que ni siquiera con la imaginación más grande era posible ver sus copas. Uno de ellos era un Roble, muy elegante, duro y serio; él se creía el árbol más fuerte y bello de todo el mundo; a su lado el otro árbol era un Pino, también muy elegante, pero no tanto como el Roble, era más blando y tierno, no tan fuerte, pero sí tan alto como el Roble; sus puntas estaban a la misma altura, claro con ciertas pequeñas dudas: el Roble era considerado como el mejor de los dos.

Un día de Diciembre, que era el mes de mayor frío, un viento del Sur sopló y sopló, ambos árboles sintieron que ese viento no era igual al de todos los días, era más caliente como son los vientos del Sur, era mucho más fuerte, entonces el Roble se dijo:
Con mi fuerza y mi poder no hay viento que me asuste.
El Pino, un poco mas sencillo, se dijo:
Ese viento es peligroso, no se calma, mas bien aumenta de intensidad; esto no me gusta.

El Viento sopló más y más fuerte, algunas de las piedras del piso se movieron de su sitio e incluso, algunas se hundieron en la tierra, las nubes se movieron con tal rapidez que sólo se les veía por un instante y ahí no terminó todo; el viento se puso aún más fuerte. El Roble no temía, él era fuerte y duro, y aguantaría cualquier cosa; el Pino que era más blando se comenzó a doblar y a doblar, e incluso hubo momentos en los cuales la punta del Pino tocó el piso, este sentía por eso gran dolor, pero se doblaba y no se partía. El Roble comenzó a doblarse y doblarse, pero era tan rígido y fuerte que al no permitir que él mismo se doblara, empezó a resquebrajarse y a perder sus ramas.
El Pino lo observó y le dijo:
Déjate doblar, así no te partirás.
Pero el orgulloso Roble, le contestó:
No, yo soy fuerte y no me doblaré, yo aguantaré, ya tu verás.

Al Pino no se le partió ni una sola rama, pero el Roble al no permitir que sus ramas se doblaran, empezó a perderlas e incluso perdió parte del tronco; el Pino le decía:
Amigo, si no te doblas, te vendrás abajo, no te resistas.
Y el Roble le contestaba:
No permitiré que mi cuerpo, hermoso y elegante, se doble.

El viento sopló más fuerte, tan fuerte que ya las palabras no se oían; sólo se escuchaba el chirrido agudo que atormentaba los oídos y que sólo lo produce el viento al soplar muy fuerte. En ese momento el Roble comenzó a partirse por la mitad; el Pino viendo aquella situación decidió doblarse al máximo y así al acercarse, pudo soportar el peso del Roble y logró que éste no se partiera y muy poco a poco, fue logrando que el Roble se doblara hacia él, siempre, el Pino sosteniéndolo y de esa manera el Roble pudo tolerar la inmensa furia del viento.

Poco a poco el viento pasó, tardó días en dejar de soplar por completo, el Pino sentía un gran cansancio, no sólo por luchar contra el viento, sino por tener que soportar el enorme peso del Roble para que éste no se partiera, y por ello el Pino, nuestro amigo, quedó extenuado. Al terminar de soplar el viento, el Roble se pudo enderezar y el Pino quedó doblado, había sido tanto el esfuerzo que no pudo enderezarse; el Roble había perdido parte de su tronco, muchas hojas y ramas, pero estaba todavía en pie y al ver al Pino doblado le dijo:
Amigo Pino, ¡que gran amigo eres tú!, te has sacrificado por mi, que incluso te despreciaba por tu debilidad; me has demostrado que la debilidad en algunos momentos de la vida, es lo que más fuerza nos da y que hay que ser flexible y eso te permite tolerar los vientos más fuertes, y me has enseñado que la fuerza esta en la amistad y en la tolerancia. Gracias, querido amigo, de los dos, tu eres el más fuerte y aún doblado, eres el más bello de nosotros dos.
Y así, luego de ese gran susto, ambos árboles estando aún de pie, fueron grandes amigos y lograron crecer aún mucho más, con el tiempo y con algunas ramas del Roble que ayudaron, nuestro amigo el Pino logro enderezarse y hoy por hoy, es un Pino muy derecho y muy bello.

El árbol de los problemas

El carpintero que habia contratado había tenido un duro dia de trabajo. Su cortadora electrica se paró varias veces y le hizo perder tiempo y paciencia. Ahora que su jornada había finalizado, su antigua camioneta se negaba a arrancar.

Mientras lo llevaba a su casa, permaneció en silencio. Una vez que llegamos, me invito a conocer su familia.

Mientras nos dirigiamos a la puerta de su casa, se detuvo frente a un pequeño arbol y toco las puntas de las ramas con ambas manos.

Cuando abrio la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.
Despues me acompañó hasta el auto. Cuando pasamos cerca del arbol, sentí curiosidad y le pregunte acerca de lo que habia visto hacer un rato antes.
Y me respondio: "Oh, ese es mi arbol de los problemas".
"Se que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no peretenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Asi que simplemente los cuelgo en el arbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana, los recojo otra vez".
"Lo divertido es", dijo sonriendo, "que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior".
A veces en nuestro orgullo, podemos pensar que un albañil, un fontanero, o un carpintero no pueden enseñarnos nada nuevo. Este hombre me hizo recordar que fué un humilde carpintero de Nazaret, el que devolvió la alegría y la esperanza a este mundo.