domingo, 20 de julio de 2014

La fruta

Mientras Iago iba caminando por el parque, observaba los árboles admirando aquella fantástica naturaleza....
De pronto vió una cosa que lo dejó fascinado.
Era una pequeña fruta presa en lo alto de un montículo.
Pero no era una fruta común, era la fruta mas brillante y bonita que jamás había visto.
Y él dijo:
- Tengo que coger esa fruta. No me parece nada difícil, solo tengo que subir al montículo y listo...
Y con firmeza él empezó a escalar el pequeño obstáculo.
Cuando iba por la mitad del camino, un trozo de piedra se rompió y él cayó al suelo.
Entonces él dijo:
- No preste demasiada atención... ¡Pero ahora subiré con mas cuidado!
Decidido, resolvió subir otra vez.
Pero en ese instante empezó a llover con fuerza y acompañada de truenos.
De repente, vió un gran y brillante relámpago que cayó muy cerca de donde él se encontraba.
Iago se llevó el mayor susto de su vida, y, de nuevo se cayó de la piedra.
Después del susto, Iago dijo:
- Esa fruta está resultando mucho más difícil de coger que lo que imaginaba. Pero como parace tan suculenta, y la lluvia ya cesó ¡voy a por ella!.
Y una vez mas se puso a escalar la piedra.
Cuando ya había subido un buen trozo, empezaron a caer un montón de pequeñas piedras por la roca.
Iago dió un salto que le permitió salir del frente de la avalancha y no lastimarse.
Después de analizar bastante la situación, se dijo:
- Creo que lo mejor es subir con una cuerda.
Él cogió una cuerda, le hizo un lazo y la lanzó a una piedra en lo alto del montículo, y una vez más comenzó con su escalada.
Por increíble que parezca, a la mitad de la subida la cuerda se rompió y se cayó una vez mas.
Se detuvo a estudiar la situación y, delante de tantos obstáculos pensó:
- ¡Hasta parece que esa fruta es mágica y no quiere que la cojan!. Pero ahora haré una cosa diferente, voy a construir una escalera y subiré por ella.
Y así hizo, construyó una escalera.
Después de terminar la escalera, Iago subió y sonriendo comentó:
- ¡Con la escalera todo parece más fácil! Creo que esta vez lo voy a conseguir.¡Allá voy!
Y haciendo lo que dijo , llegó a la cima del monte.
Muy contento observó la fruta y exclamó:
- Valió la pena el esfuerzo que me supuso. Después de tantas dificultades hasta me parece mucho mas bonita.
Y cogió la fruta.
Victorioso, descendió y se fue para su cada diciendo:
- Apenas una persona merece esta fruta tan bonita y valerosa, y ella es mi madre.

Todopapás

Semillas

Érase una vez un niño que vivía en una casa rodeada de un gran jardín. Los árboles y las flores del jardín eran amigos. Un día su madre le dio un puñado de semillas y le dijo:
-Vamos al jardín a sembrar estas semillas en la tierra. Si las cuidamos mucho y con la ayuda de todos los amigos, veremos cómo crecen.
Los primeros ayudantes serán las hadas de la lluvia que cantarán:
-¡Ya es hora de despertar!
Luego vendrán las hadas de la tierra y ayudarán a las raíces para que crezcan y se arraiguen con fuerza. Luego vendrán las hadas del viento, jugarán con las hojas y ayudarán a las plantas a crecer hacia el sol. Y al fin un día las plantas notarán que algo brilla en sus capullos; abrirán sus pétalos y ¿a quién verán? ¡al sol!
El niño llevó las semillas al jardín y las plantó en la tierra. Las cuidó con mucho cariño, y juntos, las plantas y el niño, rectos y fuertes crecieron.
Fuente: Cuentos para chiquitines | Antroposófica

Un árbol tonto

Había una vez un árbol. Era un árbol bastante bonito, con sus raíces, su tronco y sus hojas. Por cierto, que se llevaban muy bien. Las raíces estaban todo el día trabajando, desde la mañana hasta la noche, sin descansar. Se preocupaban de buscar por debajo de la tierra alimentos y agua y muchas cosas más. Cuando veían algo que pudiera servir, lo cogían. Pero no se quedaban con nada. Todo se lo daban al tronco. Y el tronco, gordo y fuerte, que era un sabio administrador, lo repartía proporcionalmente a las hojas después de efectuar unos cálculos complicadísimos.
Las hojas recibían siempre lo que necesitaban y nunca había habido envidias entre ellas. Todas procuraban estar guapísimas y la verdad es que lo conseguían. La gente que pasaba por allí decía: “¡Vaya árbol más guay!” Pero un día las raíces empezaron a pensar: “No hay derecho. Nosotras nos pasamos todo el santo día bajo tierra trabajando para que estas hojas presumidas coqueteen con los pájaros y con todo el que pasa por delante. ¡No, y no! ¡Se acabó! No queremos ser esclavas de nadie.” Y se cruzaron de brazos, y dejaron de trabajar.
El tronco entonces no podía dar nada a las hojas, y éstas empezaron a ponerse pálidas, pálidas y a agachar la cabeza.
El árbol ya no era bonito. Los pájaros ya no venían a posarse en él. La gente ya no se sentaba a su sombra.
Así estaban las cosas cuando sucedió que se desató una terrible tormenta. Terrible, pero no mala.
Se levantó un viento fortísimo, y empezó a llover a cántaros. El agua entraba en la tierra y empapaba a las raíces al mismo tiempo que el viento sacudía a las hojas de un lado para otro.
Fue entonces cuando la tormenta le dijo al árbol: “Eres un tonto, árbol. Ya no eres bonito. Pero no es porque tus hojas estén amarillas, sino porque has perdido la armonía interior. Estáis así porque raíces, tronco y hojas no os dais cuenta de que todos sois lo mismo: sois el árbol. Las raíces pensáis que trabajáis para que otros se aprovechen, sin daros cuenta de que vosotras también sois tronco y sois hojas. Todos sois todo. Sois uno. Y si os separáis, no sois nada. No existís. Si quieres ser lo que eres, tienes que ser uno.”
La tormenta terrible se marchó dejando al árbol sumido en la calma y el silencio.
A la mañana siguiente, alguien despertó muy temprano al tronco. Eran las raíces que habían madrugado y tenían ya un montón de cosas preparadas para todos.
El tronco no podía creer lo que veía y, con lágrimas en los ojos, comenzó a trabajar y a hacer sus cálculos que resultaban más complicados que de costumbre: tal era la cantidad de cosas que había que repartir.
Las hojas empezaron a tomar buen color y, en pocos días, ya estaban preciosas; tanto, que los pájaros volvieron a posarse y la gente volvió a sentarse a su sombra.
Pero lo más bonito es que todos tenían la sensación de que aquél era un árbol completamente nuevo.

Eugenio Sanz