domingo, 29 de diciembre de 2013

El jardín de Chía

El jardín de mi casa es enorme. Tan grande, tan grande
que ni papá ni mamá han conseguido recorrerlo entero.
A mí sólo me dejan ir hasta el río, que está justo enfrente
de casa y hasta el Árbol de las Ceremonias, si camino hacia
el norte.
Es un jardín muy divertido porque está lleno de animales
y hay un montón de sitios donde esconderse.
Yo tengo un escondite en un árbol.
Hay que trepar dos metros por uno de los troncos y se
llega a un agujero estrechito por el que únicamente cabemos
los más pequeños. Es genial.
Dentro hay una especie de colchón de paja que debió ser
el nido de algún animal. Huele a madera, a savia, y a hojas
secas y además se está fresquito.
Desde que lo encontré me paso todo el día deseando
acabar mis tareas y que mamá me deje ir a jugar para poder
ir allí un rato.
Mi casa también es bonita. La construyeron mis padres y
mis hermanos, junto al resto de la tribu, el año pasado.
Cortaron los troncos, separaron las ramitas más finas
por un lado, las más gruesas por otro, y con mucho trabajo
nuestra choza fue una de las más grandes y bonitas de la
aldea. Como todos ayudaron, mamá dio una gran fiesta el
día que terminaron.
Sue y yo pasamos toda la mañana recogiendo frutos y
hojas, para que mamá y el resto de las mujeres de la aldea,
hicieran la comida y la bebida para todos.
El abuelo, que es el chamán, el que habla con los espíritus
de los árboles y de las plantas, le dio las gracias a la selva,
que nos había prestado su madera y sus lianas para poder
hacer una casa bien grande y bien bonita
El día de la fiesta lo pasamos en grande.
A nosotros los niños, nos dejaron explorar más allá del
árbol de las Ceremonias.
La tarde fue maravillosa. Jugamos al escondite, a descubrir
el tronco más grueso, a ser el primero en encontrar una
serpiente, a trepar bien alto y saltar al colchón mullidito de
las hojas caídas…
Pero de repente Sue gritó tan fuerte como le permitieron
sus pulmones:
— ¡Los Hombres Termita, los Hombres Termita! ¡Chía,
corre, corre, hay que avisar a todos!
Me subí al árbol más alto que encontré y miré hacia donde
señalaba mi hermana.
Enormes máquinas se acercaban hacia nosotros tragándose
los árboles como si fueran simples pajitas.
Sue y yo nos asustamos mucho. Corrimos hacia casa gritando:
— ¡Abuelo! ¡Los Hombres Termita están matando muchos
árboles, tantos que se puede ver el final del jardín!
Al llegar a casa ví la cara triste del abuelo, sentado a la
sombra del Árbol de las Ceremonias.
Me senté a su lado y el abuelo me habló:
— Chía, el Espíritu del Árbol te ha elegido a ti para que
seas su voz. Esa será tu misión.
— Pero yo soy sólo una niña, abuelo. ¿Quién querría escucharme?
— Serás una mujer fuerte y valiente muy pronto. Y la
selva del Amazonas necesita tu voz.
— Dime, abuelo. ¿qué debo decir para salvar mi jardín?
— Ve a tu refugio escondido en el árbol y escucha.
El Espíritu del Árbol te enseñará día a día lo que debes
decir
Mi jardín es enorme, pero lo están matando los hombres
Termita.
Ellos no ven más allá de la riqueza que van acumulando.
Ellos no escuchan el grito de los árboles.
Los árboles cuidan de nosotros. Nos dan el aire puro que
respiramos, la madera que nos cobija y la sombra que nos
protege del ardiente sol.
Yo soy Chía, y he dado mi voz a los árboles. Contaré su
historia y la mía, hasta que el hombre escuche y comprenda
que sin árboles, la Tierra no puede vivir.

"Cuentos desde el bosque"

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