miércoles, 16 de junio de 2010

El árbol de caramelos

Hay árboles que dan flores y árboles que dan frutos, pero el árbol que aquí les cuento, no daba flores, ni frutos; ¡daba caramelos! Su historia comenzó de una manera extraña, pues nadie sabe desde cuando aquel árbol comenzó a dar caramelos. Se tiene información de que un anciano solitario, en sus incontables horas de ocio compró muchos paquetes de caramelos y los pegó cuidadosamente en las ramas de un árbol que tenía en su casa, para de esa manera sentir la presencia de los niños. Y efectivamente, los niños al regresar de la escuela, se detenían casi automáticamente frente a la casa de aquel ancianito a contemplar aquel extraño árbol cargado de frutos multicolores que pendían de sus ramas. Pero ya no conformes con observarlos comenzaron a idear bajarlos del árbol para comerlos y poder saborear esos frutos brillantes y coloridos que tanto les apetecía.

-Juan toma esta piedra, lánzala en aquel ramillete rojito que esta allá arriba, decía uno de los niños colocando sus cuadernos en el piso, para prepararse a recogerlos una vez que cayeran, pensando en sus adentros: “estos deben ser de fresa”.

-Felipe tú que eres más alto, toma este palo lánzalo en aquellos amarillos que deben ser de piña, esos son mis favoritos, decía José.

-Luís ayúdame con esta rama, y juntos podremos tumbar ese otro ramillete verde que está de este lado, decía Ramón a su vez, mientras también pensando en sus adentros se decía: “estos serán de menta”

Y así entre tanta algarabía y travesuras de niños, lanzaban piedras, palos y ramas, para derribar los incontables caramelos que finalmente se esparcían por el suelo. El anciano feliz contemplaba la escena, escondido detrás de la ventana de su casa, a la vez que planificaba la hora en que saldría nuevamente a comprar más caramelos para surtir de nuevo las ramas del árbol. El estaba feliz porque los niños se comían todos los caramelos: los amarillos, los rojos, los verdes, porque su árbol era un árbol distinto. En los árboles normales, los niños también lanzan piedras, palos y ramas para derribar los frutos, sólo que al intentar derribar los maduros (amarillos y rojos), derriban sin querer los verdes, y esos no se los comen; los dejan esparcidos por el suelo en un deprimente paisaje, dejando triste al árbol con aquellos frutos derribados antes de tiempo e injustamente despreciados y abandonados.

Así fueron pasando los años y los niños seguían haciendo fiestas lanzando palos cada vez que pasaban y veían el árbol surtido de su acaramelada carga de sabores y colores. Entonces esta experiencia dio al ancianito la idea de mantener por muchos años esta tradición aún después de que el muriera, y entonces hizo sin querer uno de los inventos más divertidos en las fiestas infantiles; pues si, el famoso árbol de caramelos se convirtió en la PIÑATA que todos conocemos hoy, y pensar que todo fue gracias a la amabilidad y gentileza de un anciano solitario que quiso endulzar su vida repartiendo dulces a los demás.

Autor: Alejandro J. Díaz Valero

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