domingo, 29 de diciembre de 2013

La encina de las mil ovejas

Hace muchos años que nació una pequeña encina, en
un fabuloso lugar conocido como el Valle de Alcudia.
Allí estos árboles vivían felices desde siempre, pues era
un valle con mucho agua bajo el suelo, un terreno profundo
y fértil donde las encinas desarrollaban sin problema sus
profundísimas raíces.
La encinita crecía muy rápidamente. En tan sólo 300
años (las encinas son seres muy viejos que pueden vivir 600
o hasta 1000 años) consiguió un tamaño considerable.
¡Tenía el doble de tamaño que las encinas de su misma
edad! Y era normal pues había conseguido enraizar en un
buen terreno.
Además, los dueños de la finca a lo largo de los años le
ayudaban a crecer todavía más cuidándola con cariño.
Así muy pronto, los labradores, pastores y caminantes
encontraron en la encina un sitio ideal para pasar la tarde y
refugiarse del calor y del frío.
Pero a los animales, sobre todo a las ovejas, que todo el
mundo sabe que son muy asustadizas, la encina les daba
miedo.
Era tan grande que parecía un enorme animal y bajo su
impresionante copa no llegaba la luz.
Los rebaños preferían ir a la sombra de otros árboles
antes que acercarse a la gran encina.
La pobre encina se lamentaba todos los días: ¡No sé por
qué no se acercan a mí!
Pero pronto, el árbol empezó a crecer más lentamente
que las otras encinas y sus abundantes ramas cada vez tenían
menos hojas. Ésto resultaba una novedad y la gente
del lugar, animales, pastores e incluso las propias ovejas lo
comentaban con extrañeza.
Una mañana de verano, un pequeño cordero un poco
desobediente y atrevido se escapó del rebaño y se acercó
con cuidado a la hermosa encina.
— Hola — dijo el cordero, con cierto temor al árbol.
¿Puedo pasar?.
Hace mucho calor ahí fuera y todos mis compañeros están
muy apretados debajo de esos pequeños árboles. Aquí
tienes mucho espacio — justificó el cordero.
La encina no se lo podía creer. ¡Por fin alguien, que parecía
inteligente y hablaba con ella!
— ¡Por supuesto que puedes pasar, hace muchos años
que os estoy esperando!.
Mis hojas y mis grandes ramas necesitan más alimento.
¡Por vuestro miedo tan absurdo me habéis privado de años
de crecimiento! — Dijo indignada y enfadada la encina.
El pequeño cordero no sabía de qué hablaba el árbol.
¿Qué tendría que ver el miedo de las ovejas con el alimento
de la encina? Por eso se atrevió a preguntar:
— Perdona, pero no te entiendo — dijo con curiosidad.
— Hola — dijo el cordero, con cierto temor al árbol.
¿Puedo pasar?.
Hace mucho calor ahí fuera y todos mis compañeros están
muy apretados debajo de esos pequeños árboles. Aquí
tienes mucho espacio — justificó el cordero.
La encina no se lo podía creer. ¡Por fin alguien, que parecía
inteligente y hablaba con ella!
La encina puso cara de pocos amigos al ignorante corderillo.
Luego recapacitó, pues se acordó de lo joven que era. Así
que se propuso contestar lo mejor que pudiera.
— Cuando tu rebaño se refugia debajo de una encina, se
produce un intercambio entre el árbol y los animales.
El árbol procura refugio en el invierno, guardando al rebaño
del frío y en el verano dando frescor.
A cambio, los animales devuelven el favor al árbol abonando
el terreno con sus excrementos.
Por eso estoy tan mal, ya que hace años que ningún animal
se acerca a disfrutar de mi sombra — se lamentaba la
gran encina.
El corderillo se quedó pensativo y un poco triste después
de la confesión de la encina.
Rápidamente decidió ayudarle, por lo que le dijo:
— Hablaré con mis padres y mis hermanos.
Convenceremos a todos para que vengan aquí — aseguró
convencido el joven cordero.
El pequeño cordero salió corriendo en búsqueda de sus
compañeros gritando:
— ¡Es buena la gran encina! ¡Tenemos que ayudarla!
Los animales miraban boquiabiertos al cordero que no
hacía más que gritar y decir cosas raras. Pronto estuvo rodeado
de ovejas curiosas por saber lo que el corderito tenía
que contar.
El cordero les dijo que la encina no tenía peligro. Les
convenció de su magnífica sombra y de la amplitud de su
copa ¡en la que cabrían todas las ovejas del rebaño!
Además les explicó lo que había aprendido: la encina necesitaba
los excrementos del rebaño para seguir viviendo.
Así la encina vio como un grupo de ovejas más atrevidas
se iban acercando hacia ella.
— ¡Es un árbol enorme! — decía una.
— ¡Cabe todo el rebaño y sobra espacio! — gritaba otra
La hermosa encina estaba muy contenta.
¡Por fin, ya no tenían miedo de ella! ¡Por fin le hacían
caso y su estupenda sombra servía para algo!.
La gran noticia se extendió por todo el Valle y nunca más
la gran encina estuvo sola.
Todos los rebaños la elegían como el mejor sitio para
descansar en sus largos trayectos en busca de pastos.
Gracias a la ayuda del corderillo, la gran encina continuó
creciendo.
Su sombra y el buen trato que daba a los rebaños la hicieron
tan famosa, que miles de ovejas venían a visitarla.
Por eso empezó a ser nombrada por todo el mundo como
La encina de las mil ovejas.

"Cuentos desde el bosque"

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