domingo, 29 de diciembre de 2013

Pequeños guardabosques

Laura, Sebastián y Pedro eran muy buenos amigos.
Después del colegio siempre jugaban juntos en el bosque
que había junto a sus casas.
Era un bosque muy frondoso, con árboles muy altos en
los que vivían todo tipo de animales: pájaros carpinteros,
ardillas, búhos…
Un día a Pedro se le ocurrió una idea genial:
— ¿Por qué no construimos una cabaña en un árbol?
— ¡Sí! —exclamó Laura— ¡Será un escondite secreto!
Sebastián sonrió.
Por la tarde, los tres niños llevaron clavos, cuerdas y tablas
viejas para construir la cabaña.
Eligieron un árbol grande, con muchas ramas para que
aguantara bien el peso.
El árbol tenía un tronco tan ancho que ni los tres niños
juntos hubieran podido abrazarlo. Las ramas eran muy largas
y fuertes. Era el árbol perfecto.
— ¡Manos a la obra! — dijo Sebastián.
Pedro trepó a una se sus ramas y, con ayuda de las cuerdas
que había traído Laura, comenzaron a subir las tablas,
los clavos y las herramientas.
Todas las tardes, los niños se reunían en el bosque ilusionados,
y trabajaban en su cabaña.
Hasta que un día, el escondite estuvo terminado. Era
muy bonito.
Estaban tan contentos que decidieron dar una pequeña
fiesta con Nicolás, el guardabosques, que siempre les había
ayudado.
Por la tarde, los tres amigos esperaban a Nicolás. Sólo
faltaba él. Esperaron un buen rato y al ver que no llegaba,
fueron a buscarle a su cabaña, que estaba muy cerca. Pero
tampoco estaba allí.
Además, unas nubes negras, cargadas de agua, se acercaban
rápido desde el suroeste. Ya se podían escuchar los
truenos en la lejanía.
— ¡Hay tormenta chicos! ¡Nos refugiaremos en nuestra
cabaña! — Sebastián gritó.
— ¡No! Acordaos de lo que nos dijo Nicolás. — Advirtió
Laura sensata. Nunca hemos de refugiarnos bajo un árbol
si hay tormenta. Los árboles atraen los rayos. Así que debemos
correr lo más rápido posible hasta casa y dejar la fiesta
para otro día.
Todas las tardes, los niños se reunían en el bosque ilusionados,
y trabajaban en su cabaña.
Hasta que un día, el escondite estuvo terminado. Era
muy bonito.
Estaban tan contentos que decidieron dar una pequeña
fiesta con Nicolás, el guardabosques, que siempre les había
ayudado.
Por la tarde, los tres amigos esperaban a Nicolás. Sólo
faltaba él. Esperaron un buen rato y al ver que no llegaba,
fueron a buscarle a su cabaña, que estaba muy cerca. Pero
tampoco estaba allí.
Además, unas nubes negras, cargadas de agua, se acercaban
rápido desde el suroeste. Ya se podían escuchar los
truenos en la lejanía.
— ¡Hay tormenta chicos! ¡Nos refugiaremos en nuestra
cabaña! — Sebastián gritó.
— ¡No! Acordaos de lo que nos dijo Nicolás. — Advirtió
Laura sensata. Nunca hemos de refugiarnos bajo un árbol
si hay tormenta. Los árboles atraen los rayos. Así que debemos
correr lo más rápido posible hasta casa y dejar la fiesta
para otro día.
Nicolás les explicó la razón de aquella enorme riada:
Hace sólo dos años, un tremendo incendio quemó todos
los árboles y plantas del monte que ahora llamáis Pelado.
Este monte era bien frondoso y bonito. Las hayas y los
abetos de aquel bosque eran viejos y fuertes.
Pero una noche, unos chicos inconscientes, encendieron
una hoguera para calentarse, sin darse cuenta del peligro, y
el fuego saltó a la vegetación.
Tardó tres días en quemarse todo. Los bomberos fueron
incapaces de salvar el bosque, pese a que arriesgaron sus
vidas como hicísteis vosotros el otro día.
Los tres amigos observaban el monte Pelado e imaginaban
cómo era antes de que el fuego lo quemara.
La tierra — continuó el guardabosques — no tiene donde
agarrarse sin las raíces de los árboles y de las plantas. Por
eso el viento y la lluvia la arrastran, provocando riadas.
Los bosques son muy importantes para el hombre, y muchas
veces los descuidamos.
Por eso vosotros debéis ayudarme a cuidarlo. Respetad el
bosque y así seguirá dando sus regalos: el aire que respiramos,
la madera, la paz y el hogar para miles de seres vivos.
Desde ahora seréis mis ayudantes: ¡aprendices de guardabosques!
Con vuestra cabaña podréis vigilar si alguien prende fuego,
tira basura o colillas. Entonces me avisáis rápidamente.
Laura, Sebastián y Pedro estaban orgullosos y felices.
Pusieron sus manos sobre el viejo tronco y gritaron como
los Tres Mosqueteros:
¡Todos para uno y uno para todos!

"Cuentos desde el bosque"

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